Las características de calidad del diamante: el origen

Las características que determinan la calidad, y en consecuencia el valor de un diamante son: peso, pureza, color y talla.

Tanto el color, como la pureza y la talla, son características de calidad del diamante que se han ido forjando a lo largo de los dos mil quinientos años de historia de esta gema.

El diamante cristaliza preferentemente en octaedros, también en rombododecaedros; ocasionalmente en cubos, y más raramente en triaquisoctaedros, exaquisoctaedros  y tetraedros. Los cristales reales que se encuentran en la naturaleza se desvían de la forma geométrica ideal, presentando con frecuencia los cantos redondeados. Cuando todavía no se conocía el tallado, la característica de calidad más importante era la forma cristalina del octaedro. Si en un cristal, tanto los vértices como las aristas, estaban nítidamente formados, es decir, con la forma geométrica ideal, no la deformada, se le daba un valor de algunos kilogramos de oro debido a su extraordinaria rareza. Pasaría mucho tiempo hasta que se comenzase a tener en cuenta la importancia del color y de la pureza, que hasta entonces quedaba más o menos relegada a un segundo lugar.

Con la creación del régimen de castas en la India, la coloración de los diamantes empezó a adquirir relevancia.  Cada casta tenía el privilegio de poseer diamantes de un color determinado: los Brahmanes tenían diamantes blancos, los guerreros rojos, amarillos los agricultores y grises la gran multitud de los siervos.  Así, los hindúes pensaban que el color del diamante reflejaba la casta del portador; para ellos, los más valiosos eran los diamantes incoloros. Lo que nosotros en la actualidad llamamos “colores de fantasía”, para los hindúes era una característica de calidad en el diamante, era un factor a valorar.

La pureza se convirtió en una característica de calidad en el siglo IV antes de Cristo; en este momento se comienzan a observar las inclusiones a simple vista: ¡sin lupa! A estas inclusiones se les atribuían propiedades mágicas según la forma y el color.

A finales de la edad media se presenta un cambio en la valoración de las primitivas características de calidad. En lugar de valorar la forma cristalina ideal, se valora la talla.  Las primeras pruebas de pulir un cristal de diamante se llevaron a cabo por primera vez en el siglo XIV en Europa, no en la India, donde en estos momentos se consideraba ilícito, por motivos mágico-místicos, quitar al diamante su forma natural primitiva, es decir, cambiarle ésta por medio de cualquier clase de laboreo. Por esta misma circunstancia, tampoco podían ser pulidos. En Europa, en cambio, se aplanaban las caras naturales de un octaedro incompleto para, de este modo, obtener “piedras apuntadas” tranparentes.  Pero hasta el siglo XV, no dará lugar el verdadero laboreo para dar “forma”, es decir, la elaboración de clases de talla mediante las cuales ya no puede ser reconocida la forma primitiva de la piedra en bruto. La primera descripción de este laboreo se la debemos al platero Benvenuto Cellini y se remonta al año 1568. De esta forma, se podría afirmar que la talla del diamante se inició en Venecia, pasó de allí a los Países Bajos (en un primer momento a Brujas),y luego a la India, que aceptó, aunque con bastante resistencia, presionada por la demanda de los compradores.

La talla, por tanto, se convierte en una característica de calidad del diamante, en la que se valoran las proporciones y el trabajo artesano.

Con la llegada de la técnica del tallado, las inclusiones de los diamantes perdieron definitivamente su significado mágico. Por un lado, entorpecían el proceso de tallado, y por otro, el resplandor de la piedra tallada. Al mismo tiempo se observaba cómo los diamantes libres de inclusiones eran mucho más difíciles de encontrar; más tarde se reparaba en que los diamantes incoloros (“blancos”) eran muchísimo más escasos que los diamantes que mostraban una tonalidad amarilla. Desde entonces el color y la pureza pasaron a ser criterios del grado de rareza, de escasez, y entraron en el lugar de la primitiva valoración de la forma cristalina, que del mismo modo se tenía como criterio de grado de rareza.

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