La boda es uno de los días más significativos en la vida de una mujer enamorada,  por ese motivo, los pendientes ideales de la novia deben ser una joya.

Una joya va más allá de ser un valor seguro, una joya es intemporal, su brillo intacto y su belleza inalterable perdurará siempre.  Es por eso que, las joyas suelen y deben estar presentes en los momentos más especiales de nuestras vidas.

Los pendientes de la novia deben ser suyos, y así los podrá lucir siempre que desee, en otras celebraciones, en otras fiestas, en otras situaciones señaladas. El vestido, las flores, la música, el banquete, todo es efímero, caduco, todo excepto las joyas. Los pendientes de la novia pueden brillar veinticinco años después en la celebración de sus bodas de plata, siempre espléndida, siempre elegante.

Las joyas de la novia desafiarán el paso del tiempo trasmitiendo a quien las lleve sentimientos y recuerdos inolvidables. Las joyas pasan por amor de generación en generación, son para toda la vida y para todas las vidas.

Los pendientes de novia deben ser de oro blanco con diamantes y perlas.

En el mundo de la Gemología, el diamante ocupa el primer lugar por ser el cuerpo de mayor dureza en la naturaleza y por la pureza de su composición (carbono puro),  y de entre todas las piedras preciosas, dicha gema, es la prominente por la belleza de su brillo. No es de extrañar, por tanto, que se le asocie con significados mágicos tan excepcionales.  El diamante simboliza la pureza, la resistencia, la perfección y el amor eterno. No hay material en la naturaleza que refleje con tanta precisión las ilusiones de la novia el día de su boda. Y no olvidemos su intenso brillo, su fuego, una cualidad exclusiva que lo hace inimitable e inseparable de la novia, una mujer bella, resplandeciente, brillante.

Los diamantes deben ir engastados en oro  ya que es un metal apreciado desde tiempos remotos por su belleza, por su resistencia a la corrosión, por su maleabilidad y por su escasez o rareza.  Todos estos factores han contribuido a que el oro se haya considerado desde los albores de la vida social como símbolo de prosperidad, abundancia y riqueza. Los diamantes engastados en este noble metal crean la joya ideal para la novia.

El oro es un metal blando por eso los orfebres lo alean con otros metales con el fin de proporcionarle dureza, siempre respetando los 18 kilates de pureza (el 75% de oro puro). Sometiendo el oro a una aleación con paladio y plata, los artesanos joyeros fabrican el oro blanco. El oro blanco realza el brillo, el color y el tamaño de los diamantes, juntos crean una joya preciosa,  rica en solemnidad, esplendor y elegancia. Por este motivo,  los pendientes de la novia son independientes al tono del vestido, los diamantes con oro blanco combinan con todo, da igual que el traje sea en color cava, tostado, bronce, blanco o blanco roto. Los diamantes cumplirán en todo momento la función de enriquecer y aportar distinción a la belleza de la novia.

Unos pendientes de oro y diamantes son una joya eterna, pero si queremos engalanarlos más, conservando su elegancia, los acompañaremos con perlas.

Las perlas aportan al rostro una luminosidad  mágica, son una de las gemas más bonitas que la mujer puede llevar, sinónimas de serenidad, distinción y pureza por su color nacarado. En la historia encontramos referencias maravillosas hacia estos prodigios de la naturaleza.  En la cultura greco-romana se asimilaba la perla a la diosa de la belleza y del amor, a la incomparable Venus. En consecuencia, para los romanos,  la perla era símbolo del himeneo o matrimonio. La diosa Venus emerge del mar al igual que las perlas. Si visualizamos El nacimiento de Venus de Botticelli observaremos claramente la similitud entre el origen de la diosa y el de la gema.

Cleopatra conquistaba el amor del triunviro Marco Antonio desplegando todas las artes de la coquetería femenina; le organizaba fiestas presentándose “vestida” con una túnica confeccionada con una red, no muy tupida, de perlas y bebiéndose una perla disuelta en vinagre.

Los japoneses las consideraban como “lágrimas de la Luna”, y dice la leyenda que un día de luna llena, las lágrimas de la reina de la noche, la hermosa Luna, cayeron del cielo negro con irisaciones del rostro lunar. En las aguas de Tatoku, esas lágrimas de una diosa, lágrimas sagradas, se fueron convirtiendo gota a gota, una a una, en joyas fulgurantes, en maravillosas perlas.

La perla, por ser una gema orgánica de extraordinaria belleza, y por encontrarse ligada a referencias históricas y mitológicas tan bellas, sin duda, se convierte en digna de acompañar a una mujer el día de su boda. Quien afirme que esta piedra preciosa puede dar mala suerte posee un claro déficit cultural.

Los pendientes de la novia son el complemento más importante de toda su indumentaria ya que se encuentran junto a su rostro, reforzarán su luz, su expresividad y su hermosura, por eso y por su infinitud, deben ser una joya.

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